lunes, 3 de mayo de 2010
¿(Neo) liberalismo en CR?
En este video mostramos el falso sometimiento al mercado con el que muchos analistas asustan
miércoles, 28 de abril de 2010
Catalaxia y la Sala Constitucional
En este video analizamos la reacción que se ha producido a la luz del voto de la Sala IV en razón del caso Crucitas.
jueves, 15 de abril de 2010
La autonomía universitaria (12/4/2010)
jueves, 11 de marzo de 2010
Catalaxia 10 - El proyecto de unión civil entre personas del mismo sexo
martes, 9 de marzo de 2010
¿Es conservador el liberalismo clásico?
sábado, 6 de marzo de 2010
Otra vez filas para obtener servicio del ICE
miércoles, 3 de marzo de 2010
El liberalismo clásico es paternalista
Entre pensadores liberales hay actualmente una discusión interesante en torno al tema del papel del Estado respecto a las decisiones que deben tomar los individuos libres en sociedad. Una visión es la llamada "paternalismo duro", que considera que el Estado desempeña un papel autoritario por el cual define, mediante su poder, la toma de decisiones del individuo. Por ejemplo, he escuchado la propuesta de que el Estado debería prohibir la venta de bebidas gaseosas azucaradas pues provoca obesidad entre los ciudadanos. Esta visión elimina la libertad de escoger de las personas, sustituyéndola por la prohibición y el mandato de ciertas conductas específicas, según el criterio de la autoridad. En última instancia muestra un carácter autoritario del Estado aunque presuntamente se haga en beneficio de las personas para las cuales dicta su decisión. Los órdenes fascistas y socialistas, e incluso partes del ideario político social-demócrata, se pueden caracterizar por ese "paternalismo duro".
La otra visión ha sido denominada paternalismo "del tío" en vez de la figura "paternal" propia del paternalismo estatal usual. Aquel término da a entender que la acción del Estado se asemejaría más al interés que puede mostrar "un tío", en vez de la "orden" que le suele inferir un padre a su hijo, en cuanto a la bondad o corrección de ciertas acciones que éste lleva a cabo. Aquella versión de paternalismo también se le ha denominado "paternalismo suave", pues en esencia se basa en la presunción de que el Estado puede ayudar a la persona a tomar decisiones que las hubiera realizado si hubiera tenido una mayor fuerza de voluntad o conocimiento acerca de ellas.
Hay teóricos liberales clásicos quienes, especialmente en el campo económico, han incidido para que esta última posición sea objeto de meditación dentro del campo de las políticas liberales. Me refiero, por ejemplo, a Vernon Smith, del Departamento de Economía de la Universidad George Mason, ganador del Premio Adam Smith de la Asociación para la Educación sobre la Empresa Privada, además de Premio Nóbel en Economía en el 2002 junto con Daniel Kahneman, quienes escribieron acerca de lo que hoy se conoce como economía del comportamiento, base política del paternalismo blando o paternalismo "del tío". Como ejemplos están que los individuos suelen valorar más los resultados en el corto plazo sobre otras opciones que, si bien les otorgan mayores beneficios, los recogen a un plazo más largo o que, según la forma en que a los individuos se les presentan las opciones —por ejemplo, una disyuntiva definida en términos positivos ante otra en términos negativos— ello incide en la toma de decisión de las personas. En resumen, se define a un individuo menos hiper-racional de lo que suelen asumir los análisis económicos neoclásicos.
Si esa hiper-racionalidad no siempre está presente, se puede considerar la posibilidad de que el Estado modifique sutilmente las decisiones de las personas; por ejemplo, alterando la forma en que se presentan las opciones o bien modificando las expectativas en el tiempo de los flujos de beneficios. Eso sí, lo proponen sin que haya una alteración de la libertad de elección que poseen los individuos, pues se les informaría debidamente acerca del porqué de la propuesta estatal. Se supone que, de esta manera, se ayudaría a las personas a tomar las decisiones correctas. Esta propuesta de "paternalismo suave" se diferencia de aquella de los paternalistas duros, quienes creen que los individuos no son capaces de decidir por sí mismos en función de su bienestar y que el Estado debe ser el que decida por ellos.
Es posible pensar que la posición del paternalismo "del tío" o "paternalismo suave" se refiera a no "dar el pescado a la gente", sino de enseñarla pescar y que, a diferencia del "paternalismo duro", en que el Estado interviene dándole el pescado a la gente, su función en aquel es la de dar instrumentos que le permitan mejorar su estrategia de elección, mediante una valoración adecuada (más informada) de los pros y los contras de las opciones.
La tesis que debe ser cuestionada en este último enfoque es si, en primer lugar, el Estado es capaz de mejorar las decisiones de los individuos, aún cuando estemos de acuerdo con que sus decisiones son "equivocadas". Los individuos, aún disponiendo de la información que ahora les brinda el Estado, bien podrían continuar haciendo elecciones "equivocadas".
En segundo lugar, la suposición o hecho de que los individuos se equivocan en su toma de decisiones se puede extender fácilmente a la toma de decisiones de los mismos burócratas que, en este análisis, serían quienes presuntamente saben cuáles son las decisiones correctas. A diferencia de la posibilidad de que en un marco competitivo los individuos tengan un incentivo para corregir sus errores, en un proceso en donde la misma toma de decisiones induce a que la gente vaya tomando mejores decisiones, tal corrección no se extiende tan fácilmente al burócrata en el seno de un monopolio público o de una agencia gubernamental, en donde no hay los incentivos requeridos que permitan internalizar los costos de tomar decisiones equivocadas.
Uno de los problemas serios con la toma de decisiones burocráticas, como lo ha expuesto el análisis del "Public Choice", es la estructura de incentivos que no conduce a la solución competitiva óptima, pues los incentivos pueden más bien incitar hacia la permanencia de rentas que percibe el burócrata. Debe tenerse presente que los burócratas son seres humanos con ambiciones propias, quienes tienen un conocimiento limitado y carecen muchas veces de la voluntad requerida para tomar ciertas acciones, al igual que como puede suceder con el resto de las personas. Entonces, ¿cuál es la diferencia que surgiría de seguirse políticas de "paternalismo suave"? Ello se lo preguntó en una ocasión el economista austriaco Mario Rizzo, al discutir sobre este tema (Mario Rizzo en el blog del 25 de mayo del 2007 del Wall Street Journal, "Should Policies Nudge People To Make Certain Choices?": "¿En quién se puede confiar más: en individuos que enfrentan los costos y los beneficios resultantes de sus propias acciones o en políticos y burócratas quienes no los encaran?" Dejo que la respuesta la brinde el amigo lector. En todo caso, en el seno del liberalismo la idea de un “paternalismo suave” como parte de su accionar político no es un tema que esté "resuelto".
Carlos Federico Smith
Colaborador de la Asociación Nacional de Fomento Económico de Costa Rica (ANFE).
martes, 2 de marzo de 2010
Catalaxia 9 - Las elecciones de presidente, vicepresidentes, diputados y regidores (2010)
viernes, 26 de febrero de 2010
Ganador del Sound Money Essay Contest de la Atlas Economic Research Foundation
Más abusos del ICE
jueves, 25 de febrero de 2010
5% de empleos públicos para personas con discapacidad
miércoles, 24 de febrero de 2010
¿Por qué los intelectuales se oponen al capitalismo?
martes, 23 de febrero de 2010
Liberalismo clásico y "la ley de la selva"
Uno de los argumentos que en ocasiones se esgrime en contra del liberalismo clásico es que se trata de un sistema político caracterizado por lo que ciertos críticos suelen denominar “la ley de la selva”.
El llamado liberalismo clásico esencialmente se caracteriza por maximizar la libertad y minimizar al poder del Estado, tal como ha sido expuesto a través de los tiempos por pensadores tales como Aristóteles, Smith, Hume, Hayek, Locke, Friedman, Montesquieu, de Tocqueville, Burke, Popper, entre otros, y que es diferente de aquel liberalismo caracterizado por una expansión de la autoridad del Estado sobre casi todo tipo de conducta humana, principalmente en el campo económico, y que es la forma con que actualmente se conoce al liberalismo en EE.UU. En este texto el término liberal se refiere al liberalismo clásico y no a éste último.
La expresión “ley de la selva” aplicada a la posición liberal clásica se usa básicamente para dar a entender que en dicho orden político cada persona está por sí misma, sin tomar en cuenta a las demás, en donde “todo se vale”, primando la supervivencia del más fuerte. La falla atribuida al liberalismo clásico es que asume que la persona tiene como único interés el propio y que no toma en cuenta intereses distintos de éste, actuando así en consonancia.
El liberalismo clásico como orden político está reglado por el principio de legalidad, que esencialmente garantiza la libertad de cada individuo frente a la coerción. Esto es, asigna al Estado la función de protegerlo del abuso que otros puedan pretender imponer sobre su persona. Se supone que en una “ley de la selva” el más fuerte sería quien se impusiera —como “animalitos”— en tanto que, en una sociedad liberal, el principio de la igualdad ante la ley de las personas garantiza la igualdad de los derechos de cada individuo. Esto implica someter con la fuerza de la ley ejecutada por el Estado a quien pretenda despojar a otros de su libertad innata. “El más fuerte” sería así restringido al intentar ir más allá de los límites fijados a su propia libertad, esencialmente que se le impida traspasar los dominios de libertad de otras personas en sociedad.
En el sistema liberal el monopolio de la fuerza en manos del Estado garantiza que los individuos sean iguales ante la ley. Garantiza la libertad de los individuos ante quien amenace despojarles de ella. En la concepción liberal el Estado es también limitado, a diferencia de lo que caracteriza a órdenes políticos totalitarios. Aquí resulta crucial la existencia de una Constitución que de alguna manera reconozca los derechos primarios innatos a las personas; esto es, su libertad, ante el poder del Estado. Es necesario que el Estado tenga un lugar propio limitado por el principio de legalidad, de manera que se proteja a las personas del abuso que ese Estado pueda cometer contra ellas.
Entre las instituciones básicas del liberalismo clásico que se han ido desarrollando a través del tiempo para limitar dicho poder del Estado, se encuentran no sólo aquellas propias del orden político, tales como división de poderes, frenos y contrapesos entre distintos poderes públicos, la existencia de un parlamento, sino crucialmente el derecho a la propiedad que poseen las personas. Como dice Hayek, “La ley, la libertad y la propiedad son una trinidad inseparable. No puede haber ley en el sentido de reglas universales de conducta que no determine límites a los dominios de la libertad al fijar reglas que permiten a cada cual estar seguro de adónde es libre de actuar” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. 1: Rules and order, Chicago: The University of Chicago Press, 1973, p. 107). De aquí se deriva aquella idea fundamental del liberalismo de que los individuos son libres de actuar en todo aquello que la ley no prohíba así hacerlo, en tanto que el Estado sólo puede actuar en aquellos campos en los cuales la ley se lo permite.
Se puede rechazar la acusación inicial de que el orden liberal descansa en la llamada “ley de la selva”, sino que, por el contrario, limita el papel del Estado a un mínimo necesario para garantizar la libertad de los individuos, a la vez que el interés propio individual se ve limitado por el mismo derecho que por ley poseen las demás personas.
Una consideración final acerca de la idea de que el liberalismo falla en cuanto a que en dicho orden político la persona tiene como único fin el interés propio, sin tomar en cuenta otros intereses diferentes a éste. A ello en ciertos sectores se le ha llamado el carácter egoísta del liberalismo. Otras versiones similares destacan que el liberalismo se fundamenta en la avaricia o en el consumo sin freno. Pero es un error adscribirle al liberalismo la exclusividad en cuanto a defectos humanos, pues estos son propios de cualquier orden político. Por ello me parece muy afortunada la advertencia que formula Pedro Schwartz, al indicar que “todos esos vicios connaturales a los seres humanos (avaricia, egoísmo, prepotencia ante el consumo) aparecen en la sociedad libre más a las claras que en las pacatas (tímidas, tranquilas o pacíficas) sociedades cerradas de la Edad de Oro ‘dichosa’, como decía Don Quijote, ‘porque entonces los que en ella vivían ignoraban dos palabras de tuyo y mío’” (Pedro Schwartz, "Los límites de la razón y la ética del liberalismo", en Nuevos ensayos liberales, Madrid: Espasa Hoy, 1999, p. 223. Los paréntesis son míos).
Si bien el orden liberal es precisamente más abierto en cuanto a que permite reflejar las debilidades individuales, eso no significa que tales debilidades estén ausentes en otros órdenes políticos, los cuales, al posiblemente no ser tan abiertos como lo es lo propio del orden liberal, ocultan tales condiciones. En todo caso, el error radica en confundir el término egoísmo con lo que podría denominarse amor propio, que, cuando se degenera, se convierte en egoísmo, razón que parece subyacer la afirmación de Adam Smith en laTeoría de los sentimientos morales, de que “En mucha ocasiones también interesarse en nuestra propia felicidad e interés parece ser un principio de acción muy plausible. Los hábitos de la economía, la industria, la discreción, la atención y la aplicación del pensamiento, se suponen que generalmente son cultivados a partir de motivaciones en el interés propio y al mismo tiempo son entendidos como calidades muy valiosas que merecen la estima y aprobación de todos” (Adam Smith, The Theory of Moral Sentiments, Indianapolis: Liberty Classics, 1969, p. 481).
La libertad, la ausencia de coerción base del orden liberal, para proseguir los intereses propios es tan importante para el individuo egoísta como para el mayor de los altruistas, quienes así pueden actuar en el logro de sus propias escalas de valores. Lo normal en la conducta de las personas es incorporar los intereses propios en su toma de decisiones, pero también los de sus familias, amigos, vecinos y asociados; esto es, como dice Hayek, “Uno de los derechos y deberes fundamentales del hombre libre es decidir qué necesidades y qué necesitados se les antojan más importantes” y señala que “parte esencial de la libertad y de las concepciones morales de una sociedad libre es la elección de nuestros asociados y, generalmente, de aquellos cuyas necesidades hacemos nuestras” (Friedrich A. Hayek, Los fundamentos de la libertad, Madrid: Unión Editorial, 1975, p. 94).
Lejos de estar el orden liberal clásico regido por la “ley de la selva”, más bien se caracteriza por la conducta pacífica de los individuos, quienes se encuentran sujetos a la ley común que exige respeto a la libertad de todas las personas y en donde el Estado, que podría convertirse en el mayor conculcador de esas libertades individuales, más bien se encuentra limitado en su ámbito por la garantía constitucional de defensa de las libertades personales.
Carlos Federico Smith
Colaborador de la Asociación Nacional de Fomento Económico de Costa Rica (ANFE).